domingo, 21 de diciembre de 2014

Cuando hay que afrontar la Navidad con la gran ausencia


La Navidad está a la vuelta de la esquina y con ella todas las celebraciones y tradiciones familiares. Largas y copiosas sobremesas, entregas de regalos, preparaciones de sabrosos platos y compras para hacer de pajes de los Reyes Magos o de enviados de Papa Noel. 

En fin, esto es para muchas familias el prototipo idílico de las fiestas de Navidad, pero ¿qué hacer cuando debemos afrontarlas con la ausencia de alguien muy querido?

Es probable que la Navidad sin este ser querido, especialmente si se trata de alguien muy próximo, como la pareja o el hijo, ya no vuelva a ser la misma. Esto seguro. Pero el primer año, para qué negarlo, será el más difícil, el más complicado. Superarlo forma parte del proceso, del duelo.

Emi Armengol, en su libro ‘Una silla vacía’ (Pagès editors) explica en primera persona la primera Navidad con la ausencia de su hijo.

“Me costó muchas pasar las primeras Navidades sin tí, hijo. Cuando llegaban estas fechas me sentía inmensamente triste. Pero con el tiempo y muchos esfuerzos éste vacío y éste dolor han dejado paso a una inmensa estimación, a una añoranza intensa, a una sensación de presencia dentro de mí. Hoy, día de Navidad te pienso especialmente y en todos los días de Navidad que te sobreviva será así. Ésta es la tercera Navidad sin ti. Hoy alzo los ojos y recuerdo el escenario en el que tú también estabas. Repaso momentos pasados y siento tu voz que pregunta: ¿Quién viene a comer hoy? También escucho tu risa cuando abrías un regalo especial. Y yo abría vuestros regalos. Y poco a poco tomo consciencia de un sentimiento que está dentro de mí: nadie podrá quitarme el trozo de historia que hemos compartido. Ahora me siento preparada para afrontar la Navidad y el resto de días que me queden”.

¿Pero qué hacer con la silla vacía? ¿Qué actitud tomar cuando lo que se siente dentro es tristeza? ¿Cómo deben gestionarlo el resto de allegados? ¿Hay que permanecer anclado en la tradición y comportarse como si nada hubiera pasado o afrontarlo con entereza y si fuera el caso hablarlo abiertamente y recordar a la persona que ya no está entre nosotros?

La respuesta está en los sentimientos de cada persona. Hay quien optará por la huida e irse de viaje lejos de las mesas familiares, otros por incorporarse a las tradiciones de siempre o por buscar la mano de los amigos y de los más allegados.

Lo importante es decidir según los sentimientos de cada uno y sobre todo no juzgar a nadie por sus decisiones. Y si una vez en la mesa tenemos ganas de recordar a la persona, pues recordad. Y si en vez de ello, queremos llorar, pues llorad.

En los próximos años seguramente sirva echar la vista atrás, pero no para revolcarse en el dolor, sino para reflexionar sobre el avance de nuestro proceso de duelo. Puede que al fin, con el paso del tiempo, percibamos esta silla vacía con una profunda estimación, con añoranza, pero sin dolor. Y especialmente con serenidad.

Me cuesta imaginarte para siempre ausente.
Tantos recuerdos tuyos se me acumulan
que no dejan espacio a la tristeza
y te vivo intensamente sin tenerte.
No quiero hablarte con voz melancólica,
tu muerte no me quema las entrañas,
ni me angustia, ni me quita el deseo de vivir.

Libre d’absències (Libro de ausencias), de Miquel Martí i Pol (1929-2003)