Hace pocos meses conocí a Cecilia
Borràs. Fue a través del Hospital de Sant Pau que coincidí con esta mujer de
Barcelona, de aspecto aparentemente frágil pero de carácter fuerte, para
hablar, junto con dos enfermeras, de la asociación que acababa de crear con el
fin de dar voz y romper el tabú de una de las muertes más silenciadas y
dolorosas que existen.
Cecília Borràs es la madre de Miquel,
un joven con una vida aparentemente normal, estudiante de diseño, grafitero,
sociable, rodeado de amigos y con una relación estable, pero que a los 19 años
de edad, decidió quitarse la vida arrojándose al metro. Su nombre pasó a
engrosar la lista de muertes por suicidio, que actualmente ya es la primera
causa de defunción externa entre los jóvenes en nuestro país.
Cada año en España se producen
3.500 suicidios, aunque se calcula que en realidad se producen el doble de
muertes de este tipo. Es la primera causa de muerte entre los jóvenes de entre
30 y 44 años y ya supera la cifra de accidentes de tráfico. Los suicidios
tienen una prevalencia de entre 7 y 8 casos por cada 100.000 habitantes y por
cada suicidio consumado se producen una treintena de intentos.
Si la muerte es un tabú, la muerte
por suicidio es doblemente tabú. Nadie habla de ello y, en la mayoría de
ocasiones, el suicidio genera cuchicheo y morbo. La entidad Después del Suicidio-Asociación de Supervivientes pretende generar un espacio de encuentro para las familias
víctimas del suicidio, con el objetivo de compartir experiencias, ofrecer apoyo
y acompañar en el proceso de duelo.
El suicidio es, ante todo, una
muerte silenciada. Los medios de comunicación no escriben sobre ello y
generalmente si se hace es para ilustrar sucesos, donde el asesino acaba
suicidándose. Pero nunca se habla de este tipo de muerte porque existe un pacto
no escrito en las redacciones de periodistas. ¿La razón? Que supuestamente
motive otros casos similares.
Últimamente este pacto parece
haberse resquebrajado. La crisis económica y la desesperación de quienes se ven
obligados a enfrentarse al desahucio de sus viviendas parece haber incrementado
las muertes por suicidio, como mínimo en los medios de comunicación.
Estos sucesos remueven las
conciencias de una sociedad, que, de manera creciente, dirige su dedo acusador
hacia los dirigentes de determinadas entidades bancarias y algunos políticos,
que permanecen pasivos e impasibles a la hora de poner fin a las posibles
causas que generan dichas situaciones.
Tras el suicido, aparece en los
cerebros de los familiares el martilleo constante de la pregunta por qué? Y
sobre todo un sentimiento de culpabilidad creciente. De pensar que en algún
momento podrían haber detectado algún indicio que hubiera ayudado a sospechar
para impedir el triste desenlace, en ocasiones motivado por un trastorno
psiquiátrico.
Porque una de las cosas más
importantes que aprendí de mi encuentro con Cecília Borràs fue que en el
suicidio no existen responsables ni culpables, ni respuestas ni explicaciones.
Sólo víctimas y supervivientes.