Revisando mi blog
compruebo que el post ¿Por qué no me dejaron despedir de papá? en la que
explico la historia del niño a quien inicialmente le ocultaron la muerte de su
padre, es uno de los más leídos y que ha generado más comentarios. Muchas veces
me he preguntado qué fue de aquel niño. ¿Cómo le ha ido la vida casi un año
después de la muerte de su padre?
Hace pocos días,
la maestra que me explico el caso me relató lo ocurrido. Inicialmente, sus
profesores, como compensación a la tragedia vivida por el pequeño, le ayudaron con
los estudios del colegio, aprobándole, casi sin esfuerzo, todas las
asignaturas. Ahora, una vez inmerso en el nuevo curso, el niño ha acabado
pagando las consecuencias de este supuesto regalo de los maestros y lo ha
suspendido todo.
Afortunadamente,
después de unos meses, este alumno está reconduciendo su situación, a base de
volver a estudiar y de recibir más seguimiento, pero yo me pregunto: ¿No hemos
pasado de un extremo al otro? Partiendo de una falsa idea de la protección
hacia el niño, primero se decidió ocultarle la muerte del padre y,
posteriormente, sus educadores le regalaron el curso.
Todos los niños,
al igual que los adultos, deben superar su proceso de duelo y también, en su
momento, enfrentarse al esfuerzo que supone el día a día, en este caso sus
estudios. He aquí la cuestión, en la que parece que todos, educadores,
profesionales de la salud y ciudadanos, todavía debemos avanzar mucho.
Sorprendentemente
la situación de este niño no es
insólita. A raíz de la publicación de este post, contactó con el blog una chica
que, sorprendida por la coincidencia con lo que ella había vivido, me relató su
experiencia. “Inicialmente pensé que aquella era mi historia, porque la
coincidencia era prácticamente exacta”, me confesaba.
En todo momento
quería preservar el anonimato, pues en su caso, no sólo le ocultaron la muerte
del padre, sino que ahora, que ya han pasado muchos años, la figura paterna no
se nombra ni se menciona. Porque, desgraciadamente, en su familia no sólo la
muerte, sino que la propia existencia de su progenitor ha pasado a ser un
tabú.
Como sociedad una
de nuestras muchas asignaturas pendientes es el abordaje de la muerte: de
nuestra propia muerte, de la de nuestros compañeros, familiares y amigos. Pero
como sociedad también tenemos la gran responsabilidad de acompañar adecuadamente
a “esos locos bajitos” que en unos años van a ser los adultos que tomen el
timón.