Hoy le he pedido
que escribiera su nombre y tras pronunciarlo sólo ha podido coger el bolígrafo,
mientras mis dedos acompañaban los suyos, y trazar una línea débil y
discontinúa en el papel en blanco. Después se ha quedado con la mirada perdida
y los ojos casi cerrados mirando la mesa mientras movía el dedo índice como si
fuera una estilográfica.
¿Queda algo de lo
que fue mi madre? En algunos instantes sólo queda su sombra. El maldito
Alzheimer se lo está comiendo todo. Tras el gesto de mi madre me he quedado
cabizbajo y mi pareja ha tenido que salir de la habitación porque no ha podido
contener la emoción. “Josep, tu madre ya no sabe escribir ni su nombre. ¿Qué
queda entonces de su identidad?”, me dijo. A estas alturas ya nadie lo sabe.
Ser enfermero ayuda
a cuidar, también cuando se trata de hacerlo con tu madre y también a tu padre.
Pero en este caso, ¿cómo tomar distancia, cómo poner barrera, cómo mantener mi
equilibrio para seguir? A veces lograrlo no es fácil, pero lo sigo intentando.
Ser enfermero me protege en cierto modo y contribuye a que pueda separar
mentalmente y ver que quien me grita o balbucea con el cejo fruncido, lleno de
una rabia aparente, no es mi madre, sino su enfermedad.
¿Qué hacer cuando
tus padres se hacen mayores y cuando uno de ellos tiene Alzheimer? Nada es
fácil y más cuando su principal cuidador, en este caso mi padre, se niega
inicialmente a recibir ningún tipo de ayuda. “Yo puedo, yo puedo, yo puedo. Yo
niego, yo niego, yo niego. Yo niego la realidad”.
Los primeros
días, cuando mi madre todavía era más consciente, le costaba hacer uso de los
pañales. Ahora ya ni se acuerda. Una vez más ser enfermero me salvó. ¿Cómo no
iba a cambiar la muda a mi madre, a limpiarla, a asearla si muchos años atrás
yo mismo lo había hecho con centenares de ancianos, hombres y mujeres, que no
podían valerse por ellos mismos?
Esta noche he
salido triste, muy triste, aunque no más que en otros momentos desde que empezó
todo. La pena, aunque yo no sea capaz de mostrarlo a quien me pregunta, me corroe
un poquito por dentro. Ya casi no queda rastro de lo que un día fue esta mujer,
mi madre. Sé que un día llamaré a mi madre por su nombre y ella me mirará con
la mirada perdida y ya no podrá recordar el mío.