“No te pongas nervioso por nada
porque lo que hoy te parece importante mañana ya no lo es”. Esto es lo que le
dijo un amigo a Tito Vilanova cuando el entonces técnico del Barça se recuperaba
de lo que parecía ser, en aquel momento, un cáncer que parecía estaba superando. Lo contaba él mismo en diciembre de 2012, con motivo del programa
de La Marató contra el cáncer de Televisió de Catalunya.
Tito nos ha dejado tras luchar de
manera incansable, pero también discreta y fuera de los focos públicos, contra
una enfermedad, que desgraciadamente también afecta a muchas personas. Tito no
ha sido el único –a lo largo de estos meses es posible que todos tengamos
familiares, amigos y allegados que hayan pasado por la misma experiencia-, pero
el hecho de ser una figura hace que este tipo de mensajes se retengan más en la
memoria colectiva.
Quienes son conscientes de que
llegan al final de su vida y en ocasiones después de batallar contra una
enfermedad tienen siempre algo en común: antes o después valoran lo importante
que es disfrutar de los suyos, de los pequeños momentos, de las experiencias
personales y de todo aquello que, al fin y al cabo más importa. “Nos
preocupamos mucho del trabajo cuando lo importante es vivir intensamente”,
decía Tito.
Esto es algo que perciben los
profesionales –enfermeras, médicos, auxiliares enfermeras o psicólogos- que
acompañan las persones en sus últimos momentos de vida. Lo decía hace algunos
meses, el doctor Marcos Gómez Sancho, jefe de la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital Doctor Negrín de Las Palmas,
cuando recogía el Premio V de Vida que la Asociación Española contra el Cáncer
le otorgaba por su trayectoria profesional.
Aseguraba Gómez Sancho: “Y nos van
a enseñar a reorganizar nuestros valores, porque este enfermo al final de su
vida nos va a decir su biografía, nos va a decir lo que le importa y lo que no.
Han sido más de veinte mil pacientes acompañados, ni uno sólo al final echó de
menos haber estado más horas en la oficina, o tener un apartamento más grande,
o tener un coche más potente, ni uno, todos han echado de menos no haber estado
más tiempo con los niños, no haber visto crecer a sus hijos de otra manera, no
haber sido más solidarios, no haber oído más a Mozart o a Bach, y eso nos lo
transmiten los pacientes, y nosotros escalonamos nuestros valores gracias a lo
que aprendemos de los pacientes”.
Y es que acompañar a un familiar o
un allegado al final de sus días es algo triste, impactante, desgarrador, pero
ante todo es una gran lección de vida. En este mismo blog, a raíz de la pérdida
de un amigo víctima también de cáncer, explicaba, hace algunos meses, las
vivencias de sus más íntimos.
Han pasado los días y pese a que la
vida continúa y se va recolocando, ya nada vuelve a ser como antes, porque las
experiencias pesan. Al final de todo ello aprendemos la gran lección, algo que,
pese a la vorágine del día a día, nunca deberíamos dejar de tener presente: hay
que catar la vida hasta el final.
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