Yo no soy de los que
acostumbran a leer las necrológicas de los periódicos, aunque es un hábito que
comparten algunos lectores, especialmente los de más edad. Seguramente por dos
motivos: el primero es porque, llegados a cierta edad, los protagonistas de las
esquelas llegan a ser coetáneos y el segundo porque en su primera juventud, las
necrológicas tenían un papel preponderante en los diarios, ya que llegaban a
ocupar la portada.
Hace pocos días y a
través de las redes sociales me encontré ante una esquela que no pude dejar de
leer. Se trata de la necrológica de Soledad Hernández Rodríguez, que falleció
el pasado 2 de septiembre a los 78 años de edad, y que a primera vista no
parecía distinta a las que aparecen habitualmente en los diarios.
Mi sorpresa vino al leer
el texto final, redactado en vida por la protagonista, y que decía: “Quiso en
sus últimos momentos de vida dejar encargada la publicación de esta esquela
para manifestar su perdón a los familiares que le abandonaron cuando más les
necesitó, sus hermanos Juan Hernández Rodríguez y Manuel Hernández Rodríguez, y
su hija María Soledad García Hernández, por su absoluta falta de cariño y apoyo
durante su larga y penosa enfermedad”.
Ante un caso así y de
manera prácticamente refleja, todos –ciudadanos y profesionales del ámbito
social y de la salud- solemos ponernos del lado de la persona mayor, ya que
priorizamos su fragilidad y debilidad ante un supuesto episodio de abandono o
soledad. Esto es lo que me sucedió, inicialmente, cuando leí la citada
necrológica.
Sin embargo, considero
que, ante una situación de estas características, debemos formularnos una serie
de cuestiones: ¿Qué aspectos de la historia de vida de esta persona han prevalecido
para tomar la decisión de publicar una esquela así? ¿Qué ha pasado a lo largo
de la vida de esta mujer, de sus hermanos, de su hija? ¿Cómo se sintieron
ellos? ¿Cuál fue el trato que esta señora tuvo con sus familiares?
Son múltiples las
preguntas que los profesionales del ámbito social y de la salud debemos
hacernos ante muchas de las situaciones de soledad que nos encontramos en las
personas mayores. Nuestro rol de acompañamiento debe ir encaminado a amortiguar
al máximo estas situaciones de soledad, sin que ello nos obligue a
posicionarnos ni mucho menos a juzgar a la persona mayor ni a sus familiares.
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