Esta semana nos despertamos con una carta de despedida escrita por el médico Oliver Sacks, el neurólogo que escribió el
libro Despertares, base inspiradora de aquella película protagonizada por Robin
Williams y Robert de Niro, que relataba la historia real del descubrimiento en
1969 de los efectos benéficos temporales de un derivado de la dopamina para
enfermos catatónicos.
Sacks sufre cáncer de hígado y quiso desde las
páginas del diario New York Times despedirse de sus lectores para explicar,
desde lo más profundo, que a partir de ahora iniciaba, de manera forzada, su
etapa de final de vida. “Depende de mí ahora elegir cómo vivir los meses que me
quedan. Tengo que vivir de la manera más rica, más profunda, más productiva que
pueda”, asegura.
“En los últimos días, he sido capaz de ver mi vida
desde una gran altitud, como una especie de paisaje, y con un profundo sentido
de la conexión de todas sus partes. Esto no significa que estoy acabado con la
vida. Por el contrario, me siento intensamente vivo, y quiero y espero que en
el tiempo que queda pueda profundizar mis amistades para decir adiós a los que
amo, escribir más, viajar si tengo la fuerza, alcanzar nuevos niveles de
comprensión y perspicacia. Esto implicará audacia, claridad y hablar claro;
tratar de enderezar mis cuentas con el mundo. Pero ya habrá tiempo, también,
para la diversión (e incluso algunas tonterías, también). No hay tiempo para
nada que sea superfluo. Debo concentrarme en mí, mi trabajo y mis amigos”,
prosigue en su emotiva despedida.
Hay algo que sigue fascinándome de todas aquellas
personas que se encuentran en la situación de Sacks. No es la primera vez que
en este blog hablo de ello. Porque es muchas veces al final de la vida, cuando
uno acaba cogiendo una perspectiva real de lo que importa en la vida: en
esencia las personas que nos rodean y el tiempo que hemos dedicado a elles y a
nosotros mismos.
No hay tiempo para nada que no sea esencial. Y a
esas horas yo me pregunto: ¿Si ello es lo que aprendemos de personas que
encaran la muerte con valentía, porque los que nos quedamos no nos aplicamos de
una vez por todas esta sabia lección?
Yo creo que vivimos de espaldas a la muerte. Esa manera de vivir hace que estas experiencias sean percibidas como lejanas y ajenas. Nos sacude, por un instante, como también lo hace una muerte cercana y por un momento nos volvemos y miramos de cara a la muerte y comprendemos que somos finitos. Pasado un tiempo, volvemos a treparnos a la rueda, esa rueda absurda de vivir atropelladamente, nos volvemos a girar y seguimos de espaldas....así, hasta la próxima sacudida. Deberíamos alargar el efecto de esos instantes para que podamos profundaizar en la consciencia de nuestra finitud, mirar a la muerte de frente para vivir la vida como realmente deseamos.
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