Más de la mitad de la población activa en España ya
tiene entre 40 y 65 años, por lo que las plantillas de las empresas están
siendo cada vez más maduras. ¿Pero qué hacen las organizaciones con ello? ¿Se
han adaptado? ¿Han aprendido a valorar los conocimientos de estos trabajadores
o sólo se ciñen a poner en valor las habilidades que aportan trabajadores más
jóvenes?
Recientemente se ha publicado un estudio, realizado
por IRCO –centro de investigación del IESE- que analiza cómo gestionar personas
en una sociedad madura. Sus conclusiones son varias pero apuntan a la necesidad
de poner en marcha políticas para promover estilos de dirección en las empresas
sensibles a esta realidad, que promuevan el talento y no valorar por la edad
sino por lo que son y pueden aportar como personas.
El estudio arroja además otros datos que nos invitan
a la reflexión. Uno de cada 20 trabajadores afirma haber sido discriminado en
su empresa por razón de edad. La realidad es que la clave es buscar el
equilibrio entre las habilidades tecnológicas, que aportan los trabajadores de
menos edad, y las habilidades sociales, de conocimiento y de experiencia, que
aportan los que tienen más años.
Pero, ¿quién empieza a ponerse manos en la obra?
Promover el intercambio generacional y potenciar el trabajo en equipo entre
trabajadores júniores y séniores es una oportunidad y valorar adecuadamente la
aportación de los trabajadores de más de 50, evitando miradas cortoplacistas
que empujan a los despidos son algunas de las líneas a seguir.
¿Y qué pasa con la aportación de la experiencia
laboral que se ha adquirido a lo largo de la vida, cuando la persona ya entra
en la etapa de jubilación? Pensaba en ello ayer, mientras miraba la película El becario, un filme protagonizado por
Roberto de Niro y Anne Hathaway, en el que él da vida a un hombre de 70 años,
en buena posición económica, viudo y que goza de un excelente envejecimiento
saludable que acepta ser un becario sénior.
Aunque llena de tópicos, el filme acaba dando una
gran lección y es el valor no sólo de las personas mayores a la hora de
interaccionar con los problemas de siempre que tienen los más jóvenes –dudas,
incomprensión, miedo al vacío, angustia de perder el control de su vida por
culpa del trabajo- sino de aportar conocimientos para conseguir salvar el
futuro de una empresa, aunque sea sin tener ni idea de cómo funciona un correo
ni un perfil de Facebook.
Muy buena reflexión Josep. En estos temas está trabajando DKV desde hace un tiempo ya y de forma muy seria. Ha creado un comité de trabajo intergeneracional que plantea ideas y formas de llevarlas a cabo. Una de ellas es un programa de mentoring, en el cual los trabajadores y trabajadoras seniors transmiten sus valores a quienes se incorporan a la compañía. Muchas toras deberían seguir por este camino dada la realidad demográfica europea.
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