En
los hospitales, centros de día, centros de atención primaria, residencias geriátricas
y otros dispositivos, los profesionales de la salud no trabajamos en
condiciones extremas. En nuestro país está claro que no y en muchos otros
tampoco, pero hace poco Christelle, una hematóloga que trabaja con enfermos de
cáncer decía: "He llegado a entender lo que se siente en la guerra. No estamos inmunizados
ante el padecimiento. ¿Sabes lo que es lo que nos aguanta? Pues el vínculo que
se establece entre los profesionales. Son un poco aquello que los antiguos
decían compañeros de armas“. Y esto me dio que pensar y mucho.
A los profesionales de la salud –enfermeras,
médicos, trabajadores sociales, auxiliares y celadores- se nos presupone que
estamos absolutamente preparados para asumir las pérdidas y la muerte de nuestros
pacientes, pero claro está que también somos personas que, cuando llega el
momento, debemos gestionar nuestras propias emociones y esto nunca es fácil.
Sino que se lo digan a Marina, aquella enfermera todavía
muy joven que trabaja haciendo suplencias en un hospital de Girona, que cuando echa
la vista atrás reconoce que durante su etapa de formación, ya con el grado de
enfermería, le faltó que le formasen realmente para acompañar en la muerte. “En
mis inicios, dependiendo de alguna familia me he encontrado que no sabía qué
hacer. Cuando veo una familia en esta situación, a menudo, me pondría a llorar,
pero te has de mantener firme y ofrecer tu apoyo, pero como persona me afecta”,
aseguraba.
¿A quién no le afecta? Todos somos humanos. En mi
experiencia como enfermero, primero trabajando en un hospital y después durante
muchos años en una residencia geriátrica, aprendí que en la mayoría de
organizaciones faltan espacios de reflexión para ayudar a los profesionales en
este terreno y muchas veces las situaciones de pérdida o de dolor se gestionan
con el apoyo informal de los propios colegas, pero no a través de programas
diseñados específicamente para ello.
Aprender a capear estas situaciones, formarse en la
etapa universitaria y garantizar que en las organizaciones sanitarias se
promuevan programas para apoyar el duelo de sus profesionales fueron los temas
que esta semana han centrado el simposio “Compromiso enfermero al final de la
vida”, organizado por la Fundación Mémora, en el marco del Congreso
Internacional de Enfermería, que ha reunido a más de 8.000 enfermeras en
Barcelona.
Ahora que se habla tanto de la humanización de la
asistencia, de la medicina, de las unidades de cuidados intensivos, quizá
deberíamos interrogarnos si se cuida realmente a quien gestiona el dolor y el
sufrimiento de los pacientes y sus familiares, es decir de los profesionales.
¿Contamos con organizaciones cuidadoras? Desgraciadamente creo que todavía nos
queda mucho camino por andar. ¡Gestores, tomen nota!
La muerte forma parte de la vida, y por desgracia es un tema que parece tabú, falta darle la naturalidad que merece, es un proceso que forma parte de la vida y deberíamos saber acompañar, pero en su lugar, los familiares en ese momento nos preocupamos más de nuestro propio apego, que de acompañar en sus últimos momentos al moribundo con el mismo amor con el que acompañamos el nacimiento...son etapas de la vida y hay que aceptarlas desde el amor, pero nadie nos enseña en la sociedad y es una lástima no saber actuar en un momento tan importante como ese. Para aprender algo hemos de buscar documentación, como por ejemplo Elisabeth Kubler Ross, entre otros muchos...
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