Pocas veces acostumbramos a entrar en los
cementerios, salvo en los entierros o cuando las guías de viajes nos descubren
que en alguna ciudad que hemos escogido para pasar algunos días de visita
turística hay un recinto único. Esto es lo que hice a finales de junio, durante
una estancia en París, ciudad que visité con algunos allegados. Pasear por las
calles de una ciudad de tumbas ayuda a abrir ciertos debates, que en ocasiones,
son difíciles de abordar.
¿Cómo nos gustaría ser enterrados? ¿Cómo desearías
que fuera tu despedida? ¿Cómo te gustaría ser recordado? Son preguntas
difíciles y puede que un poco tétricas, pero es una realidad que forma parte de
nuestra propia vida.
Cuando ya llevábamos un trecho recorrido por el
cementerio y enfrascados en intentar responder a algunas de estas cuestiones,
una de las personas que me acompañaba confesó que cuando muriese desearía “una ceremonia
espiritual”, en la que el lado más humano y personal tome todo el protagonismo.
¿Pero existe esta posibilidad?, me preguntó.
Precisamente, el pasado 28 de junio, Serveis
Funeraris de Barcelona y Grupo Mémora ofrecieron en el oratorio del tanatorio
de Les Corts de la capital catalana el II Memorial laico, una iniciativa pionera
en toda España, en la que a través de un acto cercano, íntimo y entrañable, se
hizo un reconocimiento colectivo a todas aquellas personas que nos dejaron el
año pasado y en las que sus familiares y amigos escogieron como ritual de
despedida una ceremonia laica.
El hilo conductor de este tipo de ceremonias es la
estima hacia la persona que ha muerto. La música, la lectura de escritos, de
poemas o los montajes audiovisuales son, en ocasiones, recursos que nos ayudan
a construir actos rituales alternativos a los tradicionales, históricamente
vinculados a una creencia religiosa.
Escoger esta opción posibilita hacer un acto más
participativo y de vivencia colectiva, donde la inexistencia de guiones
prestablecidos facilita la espontaneidad en la demostración de los
sentimientos. El rito toma todo su sentido, pues se convierte en un espacio de
elaboración del duelo individual y grupal, una ocasión para vivir los
sentimientos de dolor o tristeza, no para revolcarse gratuitamente en ellos,
sino para iniciar o continuar un correcto proceso de duelo.
Al finalizar el acto, en el que nietos y abuelos,
padres e hijos, hermanos y hermanas tomaron parte activa de la ceremonia, me
sorprendió comprobar cómo varios asistentes se dirigieron a algunos
profesionales que habitualmente conducen las ceremonias laicas para transmitirles
hasta qué punto habían quedado grabadas en su memoria las palabras y gestos que
en su día dedicaron a sus seres queridos.
Constaté así la huella imborrable que deja este tipo
de ceremonias en la retina de quienes la viven. Porque como ya decía el
filósofo y escritor Cicerón, “la vida de los muertos consiste en hallarse
presentes en el espíritu y en la vida de los vivos”.
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