La Navidad está a la
vuelta de la esquina y con ella todas las celebraciones y tradiciones
familiares. Largas y copiosas sobremesas, entregas de regalos, preparaciones de
sabrosos platos y compras para hacer de pajes de los Reyes Magos o de enviados
de Papa Noel.
En fin, esto es para muchas familias el prototipo idílico de las
fiestas de Navidad, pero ¿qué hacer cuando debemos afrontarlas con la ausencia
de alguien muy querido?
Es probable que la
Navidad sin este ser querido, especialmente si se trata de alguien muy próximo,
como la pareja o el hijo, ya no vuelva a ser la misma. Esto seguro. Pero el
primer año, para qué negarlo, será el más difícil, el más complicado. Superarlo
forma parte del proceso, del duelo.
Emi Armengol, en su libro
‘Una silla vacía’ (Pagès editors) explica en primera persona la primera Navidad
con la ausencia de su hijo.
“Me costó muchas pasar
las primeras Navidades sin tí, hijo. Cuando llegaban estas fechas me sentía inmensamente
triste. Pero con el tiempo y muchos esfuerzos éste vacío y éste dolor han
dejado paso a una inmensa estimación, a una añoranza intensa, a una sensación
de presencia dentro de mí. Hoy, día de Navidad te pienso especialmente y en
todos los días de Navidad que te sobreviva será así. Ésta es la tercera Navidad
sin ti. Hoy alzo los ojos y recuerdo el escenario en el que tú también estabas.
Repaso momentos pasados y siento tu voz que pregunta: ¿Quién viene a comer hoy?
También escucho tu risa cuando abrías un regalo especial. Y yo abría vuestros
regalos. Y poco a poco tomo consciencia de un sentimiento que está dentro de
mí: nadie podrá quitarme el trozo de historia que hemos compartido. Ahora me
siento preparada para afrontar la Navidad y el resto de días que me queden”.
¿Pero qué hacer con la
silla vacía? ¿Qué actitud tomar cuando lo que se siente dentro es tristeza?
¿Cómo deben gestionarlo el resto de allegados? ¿Hay que permanecer anclado en
la tradición y comportarse como si nada hubiera pasado o afrontarlo con
entereza y si fuera el caso hablarlo abiertamente y recordar a la persona que
ya no está entre nosotros?
La respuesta está en los
sentimientos de cada persona. Hay quien optará por la huida e irse de viaje
lejos de las mesas familiares, otros por incorporarse a las tradiciones de
siempre o por buscar la mano de los amigos y de los más allegados.
Lo importante es decidir
según los sentimientos de cada uno y sobre todo no juzgar a nadie por sus
decisiones. Y si una vez en la mesa tenemos ganas de recordar a la persona,
pues recordad. Y si en vez de ello, queremos llorar, pues llorad.
En los próximos años seguramente
sirva echar la vista atrás, pero no para revolcarse en el dolor, sino para
reflexionar sobre el avance de nuestro proceso de duelo. Puede que al fin, con
el paso del tiempo, percibamos esta silla vacía con una profunda estimación,
con añoranza, pero sin dolor. Y especialmente con serenidad.
Me cuesta imaginarte para
siempre ausente.
Tantos recuerdos tuyos se
me acumulan
que no dejan espacio a la
tristeza
y te vivo intensamente
sin tenerte.
No quiero hablarte con
voz melancólica,
tu muerte no me quema las
entrañas,
ni me angustia, ni me
quita el deseo de vivir.