Este
es mi abuelo. Nació a principios del siglo XX en la Mamola, un pequeño
pueblecito de pescadores de Granada. Sólo dos calles de casitas encaladas, un
pequeño ayuntamiento, un mercado con algunas tiendas de víveres y un cementerio
blanco. Desde muy joven aprendió a salir a la mar a pescar y ya de mayor,
casado y con hijos, llegó a ser patrón de un barco de pescadores en el barrio de
La Barceloneta de Barcelona.
Mi
abuelo aprendió a escribir ya de muy mayor –fue su yerno –mi padre- quien le
enseñó las cuatro reglas para que nadie le tomara el pelo con su negocio-. Y
finalmente falleció semanas después de sufrir un infarto en el comedor de
aquellos bajos de la Barceloneta donde vivía con mi abuela. Yo sólo tenía trece
años. Y me acuerdo.
Muchas
veces me he preguntado que habría sido de la jubilación de mi abuelo materno si
hubiera continuado viviendo algunos años más. Probablemente se habría
desplazado casi todos los días a la cofradía de pescadores o a la casa del mar,
donde aquellos viejos pescadores, que ya no salían a la mar, se reunían para
mirar la televisión o jugar una partida de siete y medio. Y poco más.
Mi
abuelo falleció con algo más de 65 años, la misma edad que ahora tienen algunos
familiares que hace ya algún tiempo entraron en la etapa de jubilación, pero
que seguro afrontan esta nueva etapa con una nueva visión.
Muchos
de ellos se sienten mayores, pero nunca viejos. Como aquel periodista, ya
jubilado, que tras muchos años de corresponsal en Oriente Medio, decidió irse a
vivir en una casita de campo y montarse un viñedo. Ahora sigue viajando, sigue
leyendo, sigue yendo al cine, cuando puede visita exposiciones y sólo pisa el
club de los jubilados de su pueblo para ver los partidos de pago del Barça.
O
aquella mujer médico, que sigue trabajando pese a que ya ha superado los 65
años de edad. Confiesa que a diferencia de su abuela, que a su edad tenía en su
mesilla de noche una estampita de la Virgen María, ella sólo tiene encima de su
despacho una imagen. La de la cantante Tina Turner, una coetánea, dándolo todo
encima de un escenario.
Muchos
de los que para nosotros hubieran sido viejos 40 años atrás, ahora ya no lo
son. Afrontarán su auténtica vejez a partir de los 80 años de edad, querrán
decidir cómo envejecer, seguramente planificaran su última etapa sin contar con
la ayuda obligada de los hijos, algunos optaran por envejecer con amigos y si
pueden dejaran por escrito cómo quieren morir.
Fueron
los jóvenes de la revolución del 68, que intentaron romper moldes, intentaron
decidir sobre sus vidas, seguramente más de lo que pudieron hacer sus padres.
Fueron pioneros a la hora de promover una cierta liberación sexual y se
incorporaron a la universidad. Escogieron cómo querían vivir su juventud, y
ahora se plantean cómo quieren vivir su vejez.