¿Conocemos
qué pasa exactamente por la mente de un niño cuando éste debe enfrentarse a la
muerte de su madre? Muchos profesionales nos vanagloriamos de detectar al
dedillo las etapas del proceso de duelo y de interpretar paso a paso las
actitudes y comportamientos de los más pequeños. El duelo es seguramente el
proceso más personal, único e intransferible que hay, pero con los niños esta
premisa tiene una carga superior.
Sienten,
no saben exactamente qué, intentan sobreponerse, en algunos casos como pueden o
mejor dicho como les dejan los adultos y buscan, pese a no entender por qué
nadie les pregunta ni les explica. Sólo en algunos casos, llegan a compartir
sus sentimientos, porque quienes les superamos en edad nos negamos a
explicarles que también sufrimos o que estamos pasando por nuestro propio
duelo.
¿Y
tú por qué no estás llorando? Con esta pregunta arranca el debut cinematográfico
de Carla Simón con su película “Verano 1993”, en el que la directora trata
de explicar su propia historia, la de Frida (Laia Artigas), una niña de seis
años quien tras quedar huérfana de padre, debe enfrentarse a la muerte de su
madre y al proceso de encaje y de convivencia con sus tíos, que viven en el
campo, y su prima, Anna (Paula Robles).
Los
ojos de la cámara bajan a la altura de la protagonista, se adaptan
perfectamente a la mirada y a los sentimientos de la pequeña Frida cuando
observa, sufre, investiga, agrede, envidia, se rebela y siente. También llegan
y perciben lo vivido a través de su recorrido y su largo camino hacia las
lágrimas.
Con
sus oídos y su mirada, intuimos también el comportamiento de los adultos,
quienes en un intento de sobreprotección, murmuran, callan, fingen y
especialmente silencian, en parte, el proceso de duelo. En ningún caso llegan
al extremo de negar la muerte, como la historia real que años atrás escribí en
este mismo blog, pero sí de callarla.
En
“Verano de 1993”, sólo Marga –la tía de la niña, quien más tarde se convertiría
en la auténtica madre adoptiva e interpretado magistralmente por Bruna Cusí-
intuye que hay que seguir educando y poniendo límites y sobretodo no esconder y
explicar –siempre adaptándolo a la comprensión del niño-, pese al drama vivido.
Al
fin, en la película se entrevé que el triunfo final de esta decisión, que
también sufre altibajos, porque es eligiendo este camino –seguramente el más
complicado, difícil, criticado e incomprendido inicialmente por el resto- que
la pequeña Frida llega por fin a situarse, a expresar, a preguntar para
finalmente llorar. Es llorando que empieza otra vez a vivir.