lunes, 24 de julio de 2017

El duelo con ojos de niña

¿Conocemos qué pasa exactamente por la mente de un niño cuando éste debe enfrentarse a la muerte de su madre? Muchos profesionales nos vanagloriamos de detectar al dedillo las etapas del proceso de duelo y de interpretar paso a paso las actitudes y comportamientos de los más pequeños. El duelo es seguramente el proceso más personal, único e intransferible que hay, pero con los niños esta premisa tiene una carga superior.

Sienten, no saben exactamente qué, intentan sobreponerse, en algunos casos como pueden o mejor dicho como les dejan los adultos y buscan, pese a no entender por qué nadie les pregunta ni les explica. Sólo en algunos casos, llegan a compartir sus sentimientos, porque quienes les superamos en edad nos negamos a explicarles que también sufrimos o que estamos pasando por nuestro propio duelo.

¿Y tú por qué no estás llorando? Con esta pregunta arranca el debut cinematográfico de Carla Simón con su película “Verano 1993”, en el que la directora trata de explicar su propia historia, la de Frida (Laia Artigas), una niña de seis años quien tras quedar huérfana de padre, debe enfrentarse a la muerte de su madre y al proceso de encaje y de convivencia con sus tíos, que viven en el campo, y su prima, Anna (Paula Robles).

Los ojos de la cámara bajan a la altura de la protagonista, se adaptan perfectamente a la mirada y a los sentimientos de la pequeña Frida cuando observa, sufre, investiga, agrede, envidia, se rebela y siente. También llegan y perciben lo vivido a través de su recorrido y su largo camino hacia las lágrimas.

Con sus oídos y su mirada, intuimos también el comportamiento de los adultos, quienes en un intento de sobreprotección, murmuran, callan, fingen y especialmente silencian, en parte, el proceso de duelo. En ningún caso llegan al extremo de negar la muerte, como la historia real que años atrás escribí en este mismo blog, pero sí de callarla.

En “Verano de 1993”, sólo Marga –la tía de la niña, quien más tarde se convertiría en la auténtica madre adoptiva e interpretado magistralmente por Bruna Cusí- intuye que hay que seguir educando y poniendo límites y sobretodo no esconder y explicar –siempre adaptándolo a la comprensión del niño-, pese al drama vivido.


Al fin, en la película se entrevé que el triunfo final de esta decisión, que también sufre altibajos, porque es eligiendo este camino –seguramente el más complicado, difícil, criticado e incomprendido inicialmente por el resto- que la pequeña Frida llega por fin a situarse, a expresar, a preguntar para finalmente llorar. Es llorando que empieza otra vez a vivir.