Las banderas del ayuntamiento de Ciutadella de Menorca, situado muy cerca
del paseo de Es Born, ondean, estos días, a media asta. Nada ni nadie ha quedado
impasible ante la tragedia ferroviaria ocurrida en Santiago de Compostela y que
ya se ha saldado con 78 muertos y un centenar de heridos.
La noche del 24 de julio, lejos de convertirse en la víspera de la gran
fiesta de Galicia, fue seguida con angustia por aquellos que sabían de algún amigo
o familiar que viajaba en aquel convoy. Pero para la gran mayoría el tiempo
transcurrió pegado al televisor, a la radio y sobre todo al twitter, que cada
segundo escupía los últimos acontecimientos, relatados por personas anónimas y
periodistas, y daba muestras del sentir colectivo.
Los vecinos de la parroquia de Angrois, localidad por la que transcurría el
tren que descarriló, fueron los primeros quienes, alertados por el fuerte
estruendo, acudieron a sacar a los muertos y heridos del ferrocarril y bajaron
mantas y agua para las víctimas. Los servicios de emergencias tardaron pocos
minutos en llegar al lugar de la tragedia y toda Galicia respondió a los
llamamientos para donar sangre. Las colas en los centros de transfusión no se
hicieron esperar.
Enfermeras, médicos, algunos de ellos en paro, bomberos, preparados para
iniciar una huelga que decidieron abandonar, peregrinos acabados de llegar a la
plaza del Obradoiro se volcaron para ayudar a las víctimas, acudiendo a los
hospitales. En muy pocas horas, los servicios públicos de la sanidad gallega
pudieron dar por controlada la situación: traslado de los heridos, organización
de un hospital de campaña, centralización de los canales de información y atención
a las familias.
La respuesta de otros servicios, en cambio, brilló por su ausencia. Me
sorprendió comprobar el menosprecio inicial de determinados canales de
televisión por la nula cobertura informativa o por la falta de rapidez a la
hora de informar de los acontecimientos. Con toda probabilidad, los recortes de
periodistas en las redacciones, especialmente en los centros territoriales, se
hicieron notar aquella noche, en la que la información se convertía, más que
nunca, en un servicio público, de primera necesidad. Como alguien escribió
acertadamente, la noche del 24 de julio, “los periodistas en paro dando
cobertura en twitter y las redacciones vacías de periodistas”.
Pero las sorpresas no acabaron aquí. El perfil de twitter de Renfe tardó
más de dos horas en actualizar la información e incorporar un tuit en el que
daba a conocer el descarrilamiento del tren e incluía un teléfono de
información para los familiares de las víctimas. A eso de se le sumó el
garrafal error de Moncloa y de su gabinete de prensa, a quien el ‘corta y pega’
del comunicado de pésame le jugó una mala pasada.
Aquella noche, una vez más la sociedad civil se situaba al frente para dar
respuesta a una catástrofe. Y se demostró la importancia de fortalecer los
servicios públicos, precisamente en una época en la que se están adelgazando a
marchas forzadas por los recortes y porque algunos cuestionan su existencia.
Muchos profesionales hicieron valer su ética y responsabilidad profesional por
encima de cualquier reivindicación laboral, contractual o económica.
Ahora, poco a poco las imágenes de la catástrofe irán desapareciendo de los
informativos y especiales de los medios de comunicación. Y llegará lo más duro
para los familiares, amigos y compañeros de las víctimas: proseguir con un
proceso de duelo ante una muerte traumática e inesperada, en la que en
ocasiones, se mezclaran momentos de irritabilidad, sensaciones de desapego con
la realidad, o reproducciones mentales del accidente, todo ello propio de un
estrés postraumático.
Los homenajes y los ritos de despedida, sean individuales o colectivos, aunque
duros, jugarán un papel primordial en la elaboración del duelo. Decir adiós al
ser querido, por muy doloroso que sea, ayudará a tomar contacto con la triste
realidad y, por consiguiente, empezar a digerirla.
Habrá que enfrentarse con la ausencia del familiar y, en ocasiones, con el
silencio de los más allegados. Porque ante el sufrimiento y la muerte, pese a
formar parte intrínseca de la vida, tal vez el silencio será una de las
respuestas a tantas preguntas sin respuesta.